El envejecimiento y sus evidencias constituyen los acontecimientos más previsibles de la vida, y sin embargo siguen siendo asuntos que preferimos dejar sin mencionar, sin explorar: yo he visto cómo se les inundaban los ojos de lágrimas a mujeres crecidas, mujeres amadas, mujeres con talento y éxito, por la simple razón de que alguna criatura pequeña que estaba con ellas, casi siempre un sobrinito o sobrinita al que adoraban, las describía como «arrugadas» o les preguntaba cuántos años tenían. Cuando nos hacen esta pregunta, siempre nos desarma su inocencia y nos avergüenza un poco el tono claro y estridente con que nos la hacen. Lo que nos avergüenza es lo siguiente: que la respuesta que damos nunca es inocente. La respuesta que damos es confusa, elusiva y hasta culpable