En efecto, un crecimiento en el consumo de energía no garantiza nada por sí mismo, excepto un mayor impacto ambiental (Smil, 1991). El análisis histórico es claro. Un mayor consumo de energía no garantiza un suministro fiable de alimentos (la Rusia zarista, gran consumidora de madera, era exportadora de cereales; la URSS, que era una superpotencia fósil, tenía que importar cereales); no confiere seguridad estratégica (Estados Unidos era un país más seguro en 1915 que en 2015); no sustenta con seguridad la estabilidad política (ni en Brasil, ni en Italia ni en Egipto); no conduce necesariamente a un gobierno más ilustrado (tomemos por caso Corea del Norte o Irán); y no trae consigo un aumento adecuadamente repartido del nivel de vida de un país (por ejemplo, en Guatemala o Nigeria).