En las sociedades contemporáneas se afirma cada vez más una tendencia preocupante: frente a dramas o problemas de distinta magnitud –de la delincuencia a las protestas callejeras, del terrorismo o el tráfico de drogas al fracaso escolar o la mala conducta–, la mayoría de los dirigentes políticos, los periodistas y los editorialistas de los grandes medios recurren a discursos y promesas de mano dura, de castigo y represión: la responsabilidad le cabe exclusivamente al individuo que quebrantó el orden y que, desde esa perspectiva, merece una condena rápida. Pero no sólo eso: desautorizan, banalizan o acallan las voces de quienes, en lugar de juzgar, proponen comprender y analizar por qué pasó lo que pasó, no para disculpar o excusar, sino para llegar a la raíz del problema y evitar que vuelva a suceder.
En este libro, pensado y escrito con ánimo de intervenir fuertemente en el debate público, Bernard Lahire reivindica el rol de los sociólogos, politólogos, antropólogos y demás científicos sociales, porque son ellos los que aportan explicaciones que surgen de la observación y el estudio serio, los que desbaratan el mito de que vivimos en un mundo de individuos aislados que deciden sin condicionamientos sobre todos los aspectos de su vida y que, por eso, son los únicos responsables de sus propios éxitos y fracasos. Contra este culto liviano del libre albedrío y la libertad personal –coartadas para legitimar la dominación–, Lahire defiende el trabajo de las ciencias sociales, que historizan y reponen contexto, y que descubren tramas multicausales allí donde políticos y periodistas simplifican, señalando con el dedo a un solo culpable.
Con estilo franco y polémico, sostenido en convicciones siempre razonadas y en ejemplos reveladores, Lahire entrega un ensayo fundamental para pensar el rol transformador de las ciencias sociales en una democracia.