Es ella, mi mujer. Cuando se mueve es igual que si muevo un brazo mío. Y a un brazo de uno se le tiene amor, aunque casi nunca se sepa. De un brazo propio no se puede prescindir. No importa que sea flaco, o a lo mejor peludo, o que tenga incluso varias cicatrices. Y para colocarse en cualquier sitio hay que contar también con el lugar que él ocupará. No voy a prescindir de mi mujer. No puedo prescindir de ella. De ella precisamente, de la mía.