En un día de descanso, mientras Quirón bebe junto a otros centauros, Hércules lo hiere accidentalmente en el muslo con una flecha envenenada con el veneno de la Hidra, produciéndole una herida incurable, incluso para sus dotes y conocimientos. Los dioses, como premio a su conducta ejemplar, le conceden el don de la inmortalidad y se encuentra entonces frente a la paradoja de no poder sanar ni morir.
A Quirón le habían pedido que inventase un modo de eliminar a la Hidra, que estaba causando estragos. Lo hace, creando un veneno sin antídoto. Y al festejar la desaparición de tal flagelo, Hércules, el aspecto torpe de Marte, vuelca el carcaj con las flechas envenenadas, hiriendo a Quirón en el muslo para siempre...
A esta herida, Quirón sumará el dolor de haber sido abandonado por su madre, y ante este sufrimiento se abre a los demás en la búsqueda del alivio necesario para sus males. Quirón conoce el dolor y el sufrimiento profundo, sabe de heridas del cuerpo y del alma, y este hecho le acerca al sufrimiento de los otros, otorgándole la sabiduría que proporciona el conocimiento y la aceptación de los propios pesares. Se convierte en el curador herido, el que tiene la capacidad de sanar los sufrimientos de los otros, aunque no pueda sanar los propios, algo que denota una conexión directa, en desmedro de la asimetría exagerada que suele existir en determinados médicos o terapeutas.
Quirón era inmortal, así que estaba condenado a un dolor eterno. Y, según dice Liz Greene, astróloga y psicoanalista estadounidense-inglesa, le dolía y se comportaba como un animal herido capaz de morder hasta a su propio amo.
Él podría haberse amargado, lamentándose de su dolor; también podría haber dirigido su dolor y su rabia contra los demás; pero en vez de ello, su dolor le hizo más sabio aún, le hizo aprender mucho más sobre la naturaleza del dolor, y eso le convirtió en el más grande de los sanadores de la mitología griega.
Podríamos decir, entonces, que él era ya un sabio y que por