Orlando

Pues no se equivoca el filósofo que afirma que nada más grueso que el filo de un cuchillo separa la felicidad de la melancolía;

Nunca niño alguno suplicó manzanas como Orlando suplicaba papel; ni golosinas como él suplicaba tinta. Escabulléndose de charlas y juegos, se había ocultado tras cortinas, en los escondrijos que habían usado los sacerdotes católicos, o en el armario tras el dormitorio de su madre que tenía un gran agujero en el suelo y olía terriblemente a excrementos de estornino, con un tintero en una mano, una pluma en la otra y en la rodilla un atado de papel.

Pierde el sabor de todo; lo acucian hierros candentes; lo hostigan las alimañas. Daría hasta el último penique que tiene (tal es la malignidad del germen) por escribir tan sólo un librito y hacerse famoso; y, sin embargo, todo el oro del Perú no le compraría el tesoro de un verso afortunado. Así cae en la extenuación y la enfermedad, se le bebe el seso, vuelve su rostro cara a la pared. No importa en qué actitud lo encuentren. Ha pasado por las puertas de la Muerte y conocido las llamas del Infierno.

Pues una vez que la enfermedad de la lectura se ha hecho con el sistema, lo debilita de forma que cae presa fácil de ese otro azote que mora en el tintero y se encona en la pluma. El desgraciado se aficiona a escribir. Y, si esto es ya bastante malo en un hombre pobre, cuya única propiedad es una silla y una mesa colocadas bajo un techo con goteras –pues no tiene mucho que perder, después de todo–, el apuro de un hombre rico, que tiene casas y ganado, doncellas, asnos y lencería, y aun así escribe libros, es lastimoso en extremo.

Era un sepulcro funesto; excavado profundo bajo los cimientos de la casa como si el primer lord de la familia, que había llegado de Francia con el Conquistador, hubiese deseado dejar testimonio de que toda pompa se edifica sobre la corrupción; de que el esqueleto yace bajo la carne; de que los que cantamos y bailamos arriba habremos de yacer abajo

Tiene el dedo de la muerte que posarse sobre el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga trizas? ¿Estamos hechos de manera que hemos de tomar la muerte en pequeñas dosis a diario o no podríamos continuar con el asunto de vivir?

Sin importar cuánto hurgase en el lenguaje, no encontraba palabras. Le hacía falta otro paisaje, y otra lengua.

todos los extremos del sentimiento están vinculados con la locura;

todos los extremos del sentimiento están vinculados con la locura;

. La violencia lo era todo. La flor se abría y se marchitaba. El sol salía y se ponía. El amante amaba y se iba.