En este sentido, el cuidado es, por una parte, un derecho de cada una/o y, por otra, una responsabilidad colectiva: de mujeres y hombres, de la comunidad, del sector público. El cuidado no es un asunto de mujeres, pero se ha naturalizado y en el simbólico social se considera trabajo de mujeres. Y así ha existido una donación histórica de tiempo y energías emocionales de las mujeres hacia los hombres y hacia la sociedad; lo que ha permitido liberar a los trabajadores masculinos de la responsabilidad del cuidado y a la vez recuperarse día tras día para continuar participando en el mundo público; también una donación de trabajo y afectos hacia las niñas y niños que ha permitido la necesaria recreación de la vida, y una atención y cuidados, en ocasiones muy duros, hacia las personas mayores o enfermas, sin los cuales la vida de esas personas sería insostenible (Bosch et al., 2005).