La humanización de un mono

El mono de Kafka dirige la mímesis contra el entorno que imita; me mostró también a mí un camino para distanciarme de la academia dentro de ella: el mono académico como inversión subversiva y parodia de la cultura científica y universitaria, con sus formas algunas veces gratas y felices, pero a menudo también ridículas, atroces y violentas de conocimiento de uno

mismo y de los otros, incluida la investigación etnográfica de campo

Como el mono de Kafka, reconozco como miembro de la academia los actos de amaestramiento y sometimiento propios y extraños que las instituciones académicas exigen no solo de los científicos, sino que también ejercen sobre los sujetos de la investigación. Como el mono de Kafka, llevé una vida en el escenario de los ensayos, que hacía necesaria, junto con la observación de otros, una observación continua de mí misma, y realicé una multitud de salidas a escena que fueron más bien ridículas y solo a veces exitosas

Confrontada con la autoimagen para mí extraña de mono (y caníbal), tuve que reconocer que la vida como etnógrafa perturbaba tremendamente las categorías de mi pensamiento con las que trataba de orientarme. Como el mono de Kafka, me vi situada ante las dificultades que se presentan cuando la etnógrafa recibe «nombres totalmente inexactos» e intenta adoptar, practicar y seguir normas extrañas, y más o menos fracasa.

Mientras que la primera fotografía antropológica representaba con frecuencia a sus sujetos desnudos ante un fondo neutral o una estructura reticulada con fines de investigación y medición, arrancándolos violentamente de su entorno y humillándolos, etnólogos como Malinowski intentaron mostrarlos en su entorno vital. Él y sus sucesores practicaron la fotografía instantánea, que se consideraba más auténtica que las imágenes en las que los representados posaban. Contra la fotografía del Estado colonial, contra la primera fotografía de antropólogos físicos y contra la fotografía de estudio «arreglada» y artificial, ahora los etnografiados debían ser fotografiados en toda su «naturalidad», como si la cámara no estuviese presente

De hecho, el etnógrafo se convertía ahora él mismo en una especie de cámara que registraba lo que sucedía ante él. La fotografía como objeto de reflexión desapareció del proyecto etnográfico en el instante en el que el etnógrafo comenzó a simular el proceso fotográfico y se concibió como un aparato de registro más o menos neutral

La fotografía contribuyó así de un modo fundamental a la aparición de una «cultura del realismo» moderna y positivista, mientras que al mismo tiempo reforzaba el otro lado, la magia, la ilusión y la fantasía

como liminal, como el lado vulnerable de una imagen, que albergaba la posibilidad tanto de dañar como de curar a la persona retratada.5 No solo el acto fotográfico, sino también el proceso químico de revelado suministraban imágenes para pasos rituales, que en cierto modo traducían a otro medio mi propia liminalidad durante el trabajo de campo.
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La etnografía y la fotografía tienen una larga historia común. Ya en la segunda mitad del siglo XIX la fotografía estaba incluida en una variedad de prácticas y discursos que integraban el nuevo medio en distintos ámbitos de la ciencia, el arte y la cultura popular

como liminal, como el lado vulnerable de una imagen, que albergaba la posibilidad tanto de dañar como de curar a la persona retratada.5 No solo el acto fotográfico, sino también el proceso químico de revelado suministraban imágenes para pasos rituales, que en cierto modo traducían a otro medio mi propia liminalidad durante el trabajo de campo

El negativo, un doble transparente cuya información es reconocible, pero que está invertido en los valores negro-blanco, se le aparecía