La mirada de Callum

—Pero recuerda celebrar las pequeñas victorias —le respondió ella entonces—. El futuro está hecho de pequeñas victorias juntas.

No hay que conformarse con nada menos que la verdadera libertad. Que la verdadera igualdad. No habremos ganado hasta que llegue ese día para todos.

—¿Qué te preocupa?
—Tomar la decisión equivocada.
—No lo plantees como algo terminal. Puedes ir a Liverpool un tiempo y si no te gusta, nosotros siempre estaremos aquí.

—Deberíamos dejar la costumbre de intentar adivinar qué piensa el otro y preguntar —propuso.

—No me queda otra, pues tú me amas de la misma forma. Si fuera por mí, te echaría sobre un hombro y te escondería en una cueva; pero tú me has enseñado que el verdadero amor no es egoísta. Así que, si de verdad lo deseas, Oliver puede vivir con nosotros. Con un poco de suerte te aburrirás pronto de él y te darás cuenta de que nadie te va a hacer tan feliz como yo.

Tu forma de amarme es del todo altruista. No tratas de poseerme ni controlarme. Solo procuras estar junto a mí y hacerme feliz mientras decido libremente mis próximos pasos.

—Aunque no pueda mostrártelo, ama, quiero que sepas que lo que me queda de corazón tiene un aspecto parecido. El trozo que me falta lo tienes tú, pegado al tuyo, quizá por eso late de otra forma cuando me ves, porque reconoce a su dueño.

—Sé que aún me queda mucho por aprender de la vida, pero no me avergüenza. Tengo la oportunidad de progresar cada día y, aunque no pueda equipararme a las mujeres de mi edad por todo el tiempo perdido, estoy tranquilo porque solo compito contra mí mismo. Y esa es la única competición que uno puede ganar.

Y ese era el problema, después de todo lo que había vivido Amanda no podía volver a su pueblo natal. Había cambiado demasiado y Crawley no había cambiado lo suficiente. Si regresaba, sentiría que vivía presa en un retrato del pasado.

Quizá los defectos de una persona fueran parte indispensable de su papel en el mundo, en el gran orden de las cosas que mantenían el equilibrio de la vida.