Mãn

Yo era dueña de la eternidad, porque el tiempo es infinito cuando no se espera nada

Yo era dueña de la eternidad, porque el tiempo es infinito cuando no se espera nada.

Nos pasamos la noche midiendo y volviendo a medir su largo fémur contra el mío, contando el número de besos que hacían falta para cubrir mi cuerpo en relación con el suyo y, sobre todo, riéndonos de mi impaciencia por que llegase.

Era también la evidencia la que me había hecho sentir el derecho de apoyar los labios en el hueco de su clavícula y de hacer de él mi lugar de reposo.

En cuanto Julie daba un paso para guiarlos, corregirlos, divertirlos, yo me retiraba para que la relación entre ellos pudiese crecer y existir sin mí, después de mí.

aún no sabía nada de aquel hombre que súbitamente se había convertido en el centro de mi universo a pesar de que yo no tenía ni centro ni universo.

Mamá me había enseñado muy pronto a evitar los conflictos, a respirar sin existir, a fundirme con el decorado

Hay palabras que intento comprender por la sonoridad

Quería que aprendiese a respirar profundamente, no sólo lo necesario.

aprendí de Julie que la felicidad se multiplica por sí misma, se comparte y se adapta a cada uno de nosotros.