Desde José Manuel Balmaceda, bajo cuya presidencia nace, hasta Carlos Ibáñez del Campo, bajo cuya segunda presidencia muere, la vida de Gabriela Mistral (1889–1957) transcurre a la par ciudadana del país, y esté en donde esté, ira también con ella “el ritmo vital” de un Chile de aquellas dos últimas décadas del siglo XIX y de toda la primera mitad del XX.
No hay autor o autora en nuestra literatura chilena y en nuestra historia cívica que haya tenido una motivación tan fervorosa y, a su vez, tan vitalizadora como Gabriela Mistral de cada uno de estos personajes de la vida ciudadana y política de Chile (de Balmaceda a Arturo Alessandri, de Aguirre Cerda a Juan Antonio Ríos, de González Videla a Carlos Ibáñez y a Frei Montalva) en el ver y en el sentir, en el reflexionar y en el pensar las acciones republicanas, y en estas acciones el devenir de Chile.
Páginas, entonces, que bien representan aquí cabalmente las circunstancias, los sueños, los destinos y las realidades de una nación, en su vivir o desvivir, en su pensar o repensar, y que dejan al descubierto un mirar o remirar aquellas pretéritas décadas fundacionales de la República y, por sobre todo, el cuerpo y el alma de un Chile Siglo Veinte en su proyección de presente y de porvenir. “El cuerpo moral de un país”, como ella dice, destacando esa limpieza republicana. O con más énfasis: “los pulsos nacionales”, definiendo así un ritmo de acción o una voluntad de ser del chileno. Jaime Quezada