Pronuncie usted mismo las palabras que, desde hace años, no han dejado de resonarme en las noches, y que yo podré decir al fin por su boca: «¡Oh, muchacha, arrójate de nuevo en el agua para que yo tenga, una segunda vez, la oportunidad de salvarnos los dos!». Una segunda oportunidad, ¿eh?, ¡qué imprudencia! ¿Se imagina, estimado colega, si nos toman la palabra? Habría que cumplirla. ¡Brr…!, ¡el agua está tan fría! ¡Pero tranquilicémonos! Ahora ya es demasiado tarde, siempre será demasiado tarde. ¡Felizmente!