Si Jesús es el nuevo cordero sacrificado, entonces los cristianos deben prepararse para celebrar la nueva «fiesta» de la Pascua, que es la Eucaristía, y no mediante la purificación de la levadura del viejo rito pascual, sino con la purificación de sus corazones de todo lo que simboliza esa levadura: la suciedad del pecado. Igual que los judíos debían retirar la levadura y ayunar antes de recibir la Pascua (Misná, Pes 10, 1), Pablo llama a sus lectores cristianos a limpiar sus corazones antes de recibir la Eucaristía, para no comer de forma «indigna» el cuerpo y la sangre de Cristo, haciéndose «reo» (1 Cor 11, 27—28)