Para visualizar esta idea, les voy a pedir que hagan mentalmente el siguiente ejercicio que me enseñó una increíble mujer de ancestros japoneses. Imagínense que están de pie, mirando hacia delante, y yo les pregunto dónde ubican el pasado y el futuro; probablemente todos los occidentales responderemos lo mismo: el pasado está atrás y el futuro adelante, ¿cierto? Bueno, esa linealidad del tiempo nos hace ver la vejez como el final del camino. Los orientales, por otra parte, lo conciben absolutamente al revés. Ellos ubican el pasado adelante porque es lo único que conocen y de lo cual pueden aprender todos los días, y el futuro atrás, por ser desconocido e incontrolable. Por esto, ellos valoran, reconocen y admiran a la gente mayor, porque la ven como un referente al considerarla todo el tiempo delante de ellos. Y también por eso no le temen a la vejez, porque llegar a ese lugar es, sin duda, un privilegio. El futuro, en cambio, es inmanejable y desconocido, y lo debemos trabajar con eficiencia en el presente, honrando a nuestros antepasados que hicieron posible que hoy ocupemos el lugar que tenemos.