Al leer, se sintió de nuevo dominado por el encanto de antaño. Ella le adoraba. Le amaba más que nunca. No podía soportar la idea de estar sin verlo cinco días completos. ¿Le pasaba a él lo mismo? ¿Echaba de menos el leopardo a su etíope?
Medio sonrió, medio suspiró. Aquella broma absurda, nacida al comprarle él un batín masculino con lunares por el que ella había mostrado admiración, y lo del cambio de manchas del leopardo[4]. Y él había contestado: «Pero no debes cambiar de piel, querida». Y, después de eso, ella le había llamado siempre «Mi leopardo» y él a ella «Mi belleza negra».