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María Fernanda Ampuero

Sacrificios humanos

  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    Cuando ese hombre se la cogía, ella sentía que había nacido para abrirse ante él, que los músculos de sus piernas se habían constituido nada más para apretarse contra su espalda flaca y succionarlo cada vez más dentro, como un tornado, más dentro, como una casa.
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    Las niñas gordas se alimentan de decepciones. Las niñas famélicas se alimentan de impotencia. Las niñas solitarias se alimentan de dolor. Las niñas siempre, siempre, siempre, comen abismos.
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    Miro al cielo. Es el cielo más hermoso que he visto en mi vida. Las estrellas brillan como no brillan en la ciudad, todopoderosas, exageradas. Recuerdo que alguien me dijo que las estrellas que vemos llevan mucho tiempo muertas y pienso que ojalá así refulgieran las desaparecidas, con esa misma luz cegadora, para que sea más fácil encontrarlas.
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    Véanlas, véanlas. Ellas también fueron imprudentes, locas.
    Ellas también fueron inmigrantes.
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    Una extranjera sola que es como un venado que es como un bebé que es como una carnecita del dedo que se arranca sin dificultad y se mastica y se escupe.
  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    ¿Cuánto tiempo hay que fingir que todo está bien hasta reconocer que estás infinitamente jodida y que lo sabes? ¿Cuánto debes esperar hasta intentar alcanzar un cenicero, un atizador, un florero para estampárselo en la cabeza? ¿Cuánto de prudencia puede demostrar un animal amenazado? ¿Y una mujer?
    Véanme, véanme: mantengo mis modales ante las fauces abiertas de la bestia, caigo con gracia de princesa al abismo, me trago el vómito negro para decir ah ya, es que quería avisar que todo está bien.
  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    El corazón de un inmigrante es un pájaro entre dos manazas.
  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    Las que se comieron las hormigas, las que ya no parecen niñas sino garabatos, las muñecas descoyuntadas, las negras de quemaduras, los puros huesos, las agujereadas, las decapitadas, las desnudas sin vello púbico, las despellejadas, las bebés con un solo zapatito blanco, las que se infartan del terror de lo que les están haciendo, las atadas con su propios calzones, las vaciadas, las violadas hasta la muerte, las aruñadas, las que paren gusanos y larvas, las mordidas por dientes humanos, las magulladas, las sin ojos, las evisceradas, las moradas, las rojas, las amarillas, las verdes, las grises, las degolladas, las ahogadas que se comieron los peces, las desangradas, las perforadas, las deshechas en ácido, las golpeadas hasta la desfiguración.
    Ellas, todas ellas, pidieron ayuda a dios, al hombre, a la naturaleza.
    Dios no ama, los hombres matan, la naturaleza hace llover agua limpia sobre los cuerpos ensangrentados, el sol blanquea los huesos, un árbol suelta una hoja o dos sobre la carita irreconocible de la hija de alguien, la tierra hace crecer girasoles robustos que se alimentan de la carne violeta de las desaparecidas.
  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    Durante unos segundos Alberto y yo nos miramos, nos reconocimos.
    Véanme, véanme. Frágil como cuello de pollo. Una mujer extranjera con una mochila a la espalda frente a un hombre desconocido con dos perros enormes y feroces en lo más remoto de una ciudad remota de un país remoto.
    Véanme, véanme. Poquita cosa para el mundo, sacrificio humano, nada.
    Aquí no me escucharán gritar.
    Aunque me estallen las cuerdas vocales, aunque grite hasta desgarrarme por dentro, no me escucharán. Nada más los árboles, el bello cielo de invierno, pero bajo los árboles y bajo los cielos más hermosos ocurren cosas espantosas y ellos siguen ahí, inconmovibles, ajenos, suyos.
  • Daniela Castilloцитируетв прошлом месяце
    Las mujeres desesperadas somos la carne de la molienda. Las inmigrantes, además, somos el hueso que trituran para que coman los animales.
    El cartílago del mundo. El puro cartílago. La mollerita.
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