Unas pintorescas criaturas han llegado a la Tierra desde los confines del universo: son esféricas, son peludas, son listísimas y quieren divertirse. Vienen a… jugar. Una de ellas, Louie, se instala en la casa de Billy Morton y enseguida cautiva a toda la familia con sus estrambóticas travesuras. Pero nadie podía sospechar sus verdaderas intenciones: cuando empieza a usar el ordenador doméstico para entrar en las redes del gobierno o de grandes empresas, cuando decide desactivar bombas nucleares o desplumar a los bancos y repartir millones a mansalva, advierten que la misión del simpático alienígena es poner el mundo patas arriba. El gobierno lo tiene claro: la nación ha sido invadida por unas bolas terroristas que pretenden subvertir el orden constituido. Y la nación solo juega a la guerra. Los Morton recorrerán el camino que va de la fama a la cárcel pasando por la lista donde el FBI consagra la excelencia de unos cuantos forajidos.
Luke Rhinehart irrumpió en la historia de la literatura con “El hombre de los dados”, un seísmo burlón que dinamitaba nuestras creencias más sólidas. Ahora, cuatro décadas después, arroja una sátira que no deja institución con cabeza. Una alegre carnicería. Las risas se clavan como dardos en la diana del poder, risas demoledoras que dejan al aire las verdades intocables y las vergüenzas del sistema. La ficción parece discurrir por un tiempo indefinido, pero los hechos la han alojado en el presente imperfecto: ¿cómo iba a imaginar el autor que el nuevo espectáculo de la política americana convertiría su fábula en una crónica de nuestra perplejidad? Pocas veces hallaremos una novela tan certera: la realidad ha asaltado sus páginas.