En ese momento, inconscientemente, no hace caso del pequeño incidente. Pero mucho después, cuando ya lleva más años de viuda que de casada, aquella sonrisa reaparecerá, a modo de destellos, en los recuerdos que guarda del rostro de Wakefield. En muchas de sus reflexiones, disfrazará la sonrisa original con una multitud de fantasías, volviéndose ora extraña, ora espantosa. Si, por ejemplo, se lo imagina en un ataúd, aquella mirada de despedida reposa helada sobre sus pálidas facciones. Pero si sueña con él en el cielo, su aún bienaventurado espíritu conserva una sonrisa serena y astuta. A pesar de todo, cuando todos lo dan por muerto, ella duda algunas veces de su viudedad debido a aquella sonrisa.