Prácticamente desconocida por el gran público hasta la gran retrospectiva celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1982, cuando la artista contaba 71 años, la escultura de Louise Bourgeois (París, 1911), de marcado carácter autobiográfico y personal, no es fácilmente catalogable en ningún movimiento ni tendencia establecidos. Según sostiene la propia escultora, toda su producción gira en torno a una suerte de mito fundador: el adulterio de su padre, que introdujo a su amante, una joven institutriz inglesa llamada Sadie, en la casa familiar. De hecho, desde sus primeros dibujos y pinturas de “Femmes-maison” (Mujeres-casa), realizados en los años cuarenta, hasta sus “Cells”, instalaciones a modo de celdas o pequeñas habitaciones, de los años noventa, pasando por sus esculturas de yeso y látex de los sesenta o imágenes del cuerpo desmembrado de la década de los ochenta, toda su producción se halla marcada, de una forma u otra, por ese recuerdo de la «traición” paterna. Ello no implica, sin embargo, que la escultura de Bourgeois tenga un significado exclusivamente íntimo o biográfico. Su obra nos desvela las relaciones de poder, la situación de opresión sexual y la experiencia de dolor que anidan en el interior de la familia patriarcal, demostrando en último término que, como subraya el célebre eslogan feminista, «lo personal es político”.