que dios no vivía en el cielo, como me habían enseñado siempre. Para qué alzaba los ojos hacia las nubes pensando en dios y en cómo rezarle, qué desperdicio de fuerzas y de ojos, carajo, si era más simple mirar hacia la selva y recitar un padrenuestro, dos avemarías y un salve a dios, que no estaba arriba, sino abajo, entre los árboles