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Ana Campoy

El paracaidista

  • Lucas Molina Muneraцитируетпозавчера
    El baúl estaba lleno de caracoles. Babosas que subían y bajaban, que reptaban a cargo de su concha, al igual que la Alcuza portaba su joroba. El Cascas Canijo los admiraba como el que adora un diamante. Ordenó que fueran a por más hielo, porque el que los conservaba ya menguaba, y comenzó su conferencia sin quitar ojo de la caja. Dijo que había traído los caracoles de otras tierras. De ultramar, había asegurado, pavoneándose de influencias, porque en aquella familia, seguía diciendo, por fin había lustre en las ideas.
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    A pesar de los años, era como si la Cascas ignorara lo que se cocía en los otros fogones.
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    No es que la Alcuza estuviera en contra de lo que allí se decía. Es que sabía que los susurros podían alentar a la sombra. Que ya había pasado esa noche por la casa y mejor era no tentarla. Por no hablar de la señora, que siempre caminaba con un ojo por detrás de la cara. De lo mentado entre esas paredes no había de quedar rastro. Pues, si la Cascas Mediana se enterara, no atendería a razones ni a criadas viejas.
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    —¿Qué vais hablando? ¿Eh?

    —Uy, mujer. Nada.

    —Retales sin importancia.
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    —Es verdad lo que dices del Chico.

    —¿El qué?

    —Lo de que no suelta prenda.
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    —Pamplinas.

    —Pamplinas, dice.

    —Pues sí. ¡Rumores de gallinas viejas!

    —Uy. Habrase visto la niña.

    —Sí. Qué humos se pega.
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    Porque la Molienda sabe que en ese pueblo es importante a quién creer. A quién rendir favores y a quién mirar de bien lejos.
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    Poco después llegó la Alcuza. Achuchaba a la Molienda para que se diera prisa. Y Chico supo que tendría que esperar al río. A que la muchacha se escapara y le contara con sus palabras de miel, que aquel día serían de esparto. Que esa mañana no sabrían igual. Porque nada sería otra vez lo mismo.
  • Lucas Molina Muneraцитирует3 дня назад
    Chico no entendía el sentido de la muerte. El Cascas Grande se había desangrado con un tiro en el brazo, a pesar de que la casa estaba en el centro del pueblo y de que el puesto de socorro lo alcanzaba un mozo corriendo. Pero no quiso poner en apuros la versión de la Molienda. No porque pensara que ella mintiera, sino porque la Molienda necesitaba sobrevivir dentro de esa casa de esquinas y de espejos.
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