El baúl estaba lleno de caracoles. Babosas que subían y bajaban, que reptaban a cargo de su concha, al igual que la Alcuza portaba su joroba. El Cascas Canijo los admiraba como el que adora un diamante. Ordenó que fueran a por más hielo, porque el que los conservaba ya menguaba, y comenzó su conferencia sin quitar ojo de la caja. Dijo que había traído los caracoles de otras tierras. De ultramar, había asegurado, pavoneándose de influencias, porque en aquella familia, seguía diciendo, por fin había lustre en las ideas.