El fruto del espíritu creativo es la propia obra de arte, y si hubiese un ritual de as primicias para los artistas, tendría que ser el «desperdicio» voluntario del arte (en el que uno se alegra de esforzarse todo el día sin esperanza de producir nada, nada que mostrar a nadie, tan sólo unos peces que se devuelven al mar en cuanto los pescas), o bien, cuando sí hay un producto, tendría que ser esto que ya hemos visto, la dedicatoria de la obra de vuelta hacia sus orígenes.