Ofendiditos

El que se ríe automáticamente queda por encima del otro, porque le da una vuelta de tuerca a la broma, porque considera que está haciendo una crítica social y cultural descarnada.

infantilización de los sujetos tiene que ver con su incapacidad de emitir juicios desde la ética, ya que siempre interviene la moral.

Además de neopuritanos, tenemos ofendiditos y adalides de lo políticamente correcto. Todas estas expresiones se han popularizado a toda velocidad y se usan, casi indistintamente, para definir a un tipo de sujeto demasiado preocupado y en muchas ocasiones profundamente escandalizado por algún suceso cultural, político o mediático de alto impacto

Los crímenes contra las mujeres hasta el siglo XVIII, la verdadera caza de brujas, son hechos conocidos que se produjeron en enorme cantidad y de manera sistemática por parte del sistema legal y político del momento. Pero nada trasciende tanto como la histeria, grave pero puntual, tan jugosa y autoexplicativa de Salem.

Y Salem se utiliza hoy porque se torna, no en una acusación hacia los anticomunistas, como en la obra de Miller, sino en una fábula conservadora del orden patriarcal.

La historia dice lo siguiente: a lo largo de 1692, las acusaciones de brujería por parte de varias adolescentes hacia miembros de la comunidad de Salem (más adelante Danvers) generaron un clima de histeria en la colonia de Massachusetts que desembocó, durante diez meses, en juicios que acabaron con diecinueve ahorcados, el linchamiento –muerte por lapidación, no esa muerte metafórica de hoy a manos de las neopuritanas– de un hombre y más de cien encarcelados. La descomunal escalada de horror y violencia terminó cuando las jóvenes acusaron al distinguido pastor de la Iglesia de Boston, Samuel Willard, y a la mujer del gobernador.

Igual que en Salem, se justifica la persecución de las brujas para proteger a víctimas indefensas». Resulta curioso que el caso de Salem se enarbole no para mostrar a una sociedad ejecutora de mecanismos de castigo a las mujeres –que fue exactamente lo que supuso la caza de brujas hasta bien entrado el siglo XVIII–, sino para señalar a unas determinadas mujeres como turba enloquecida que va contra el statu quo social

Del Molino alude a la infantilización como una de las características más relevantes del neopuritanismo: en esta nueva era, se queja, parece que los sujetos deban ser protegidos de un mal moral que no son capaces de percibir, y mucho menos examinar objetivamente. Introduce, pues, una idea interesante: la infantilización de los sujetos tiene que ver con su incapacidad de emitir juicios desde la ética, ya que siempre interviene la moral.

Se tacha de neopuritano a quien señala una victimización y señala o censura (por este orden de gravedad) una ofensa de tipo sexual en una obra artística, ya se trate de una novela como Lolita, de la pintura de Balthus o de la intervención de Sonia Boyce en la Manchester Art Gallery, donde descolgó durante una semana el cuadro Hylas and the Nymphs del artista prerrafaelita John William Waterhouse.

El recientemente bautizado como puritanismo activista o neopuritanismo, pues, tiene que ver exclusivamente con la moral sexual