El cuadro de la vida británica que habíamos esbozado en un principio, y que yo consideraba como algo más afín a una película de Mike Leigh, estaba siendo ahora distorsionado por otros y convertido en una película de la saga Carry On14, pero sin la fragilidad, la poesía y el dolor de las películas de aquel: un vehículo espantoso para el nacionalismo latente y la misoginia ladina, una caricatura barata y desprovista de gracia que apestaba a cerveza, despojada de pasión o de rabia, y que se cobijaba cobardemente tras una frágil máscara de ironía.