La educación debe desempeñar un papel fundamental en la lucha contra el extremismo misógino, preferiblemente no como una medida reactiva, sino preventiva: hay que proteger a los niños del persuasivo impacto de la captación virtual y dotarlos de herramientas fiables para combatir la ideología de la machoesfera antes de que se topen con ella, en lugar de intentar desenmarañarlos de una red que ya los tiene atrapados en sus pegajosos hilos.