el fuerte, y plantar cara. Es difícil, pero menos que deprimirse hasta marchitar.
Pero no siempre hay que hacerse el fuerte. Debemos respetar nuestra fragilidad. Entonces, son lágrimas suaves, de una tristeza legítima a la cual tenemos derecho. Caen despacio y cuando llegan a los labios sentimos el sabor a sal, límpido, fruto del dolor más profundo.
Un hombre llorando conmueve. Él, un luchador, ha reconocido que su lucha es inútil a veces. Respeto mucho al hombre que llora. Ya he visto llorar a un hombre.