Para aquel guardián de la Ley, el “jefe de la sinagoga”, el cuarto Mandamiento prescribe: “Seis días trabajarás y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna” (Éxo.20: 9, 10). Su respuesta se ajustó exactamente a la letra de la Ley, no a su espíritu. Concebía una religión del cumplimiento, del sometimiento a un orden superior, pero no comprendía el sentido del amor y la libertad que tiene esa orden. No había descubierto que “el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado”