Malas posturas

Leía sin leer, así como se leen las revistas. Leía, lo juro, intentaba procesar las palabras y a la vez pensaba. La lectura era música de fondo, que a veces estorba, pero no lo suficiente para ahogar el pensamiento

Y volvía el vacío en el estómago, e irónicamente, el miedo de que esa misma panza se estuviera llenando de algo justo en ese instante, cada respiración mía, cada palpitación mía dándole fuego, gasolina, a esa florecita minúscula de células en mitosis.

Cogí una revista para distraerme del desespero claustrofóbico de no saber qué era lo que estaba pasando ahí dentro de mi cuerpo, ahí no más atravesando la barriga. No saber es muy duro.

Pero si me duele la cabeza no puedo alejarme y decir me duele ahí, porque inevitablemente estoy en la cabeza, soy la cabeza, me duelo y de eso no puedo dislocarme. Una puede seguir existiendo sin sus piernas, pero no sin su cabeza.

Termino de leer. Miro el papel escrito y mis manos que tiemblan. Veo que mi mano izquierda aún aferra el pañuelo y entiendo que ahora, después del punto final, la tristeza es solo eso. Me doy cuenta de que la tristeza es un pañuelito de papel con olor a lila, vuelto un ovillo en el puño cerrado, lleno de lágrimas, del sudor que se escurre entre los dedos y medio desecho por el gasto frenético de mis manos.

En casa tomaremos un poco de vino después de la comida para calmar la ansiedad y dormiremos sin sueños, sumergidos en el vacío absoluto y negro que queda en la cabeza después de tener que lidiar con la muerte.

Tan fácil parece respirar que la mayoría del tiempo se nos olvida, preocupados por tantas cosas solo volvemos a notar el sutil movimiento del pecho y el suave silbido del aire que recorre los pulmones cuando cesa, cuando ya no es.

La cabeza, como pasa a veces, se separó de ella, como si fueran dos cosas diferentes y se fue yendo por los pasillos inconexos del recuerdo. Tal vez fue una palabra leída la que disparó todo, pero Rosalba nunca supo cuál.

Recién habían entrado en esa calma llana de la vida antes del primer hijo. No lo estaban buscando, querían el silencio, el orden, el sexo; el hijo era un plan indefinido para después