Un cuarto propio

Las mentiras fluirán de mis labios, pero quizá en ellas haya cierta verdad entremezclada; son ustedes quienes tendrán que buscar esa verdad y decidir si merece la pena conservar algo de ella.

«Podréis cerrar las bibliotecas, pero no hay puerta, candado ni barrera que pueda imponerse a la libertad de mi mente».

Es asunto suyo encontrarla y recogerla y comunicárnosla. Así, al menos, infiero yo de la lectura de Lear o de Emma o de En busca del tiempo perdido. Pues la lectura de estos libros parece ejercer una curiosa operación de acomodamiento de los sentidos; tras ella, vemos con más nitidez; el mundo parece despojado de su cubierta y dotado de una vida más intensa.

Ahora bien, quien escribe, me parece, tiene la oportunidad de vivir más que otra gente en presencia de dicha realidad.

Aun concediendo un generoso margen al simbolismo ‒que quinientas libras al año quieran decir poder dedicarse a la contemplación, que una cerradura en la puerta signifique poder pensar por una misma‒,

Y, cuando un libro carece de poder de sugestión, por fuerte que golpee la superficie de la mente, no podrá penetrarla.

escribía como una mujer, pero como una mujer que ha olvidado que lo es; de manera que sus páginas estaban llenas de esa curiosa cualidad sexual que aparece solo cuando el sexo es inconsciente de sí mismo.

Era extraño pensar que todas las grandes mujeres de la ficción, hasta la época de Jane Austen, no solo habían sido vistas por el otro sexo, sino que lo habían sido solo en relación con el otro sexo.

Para hablar en plata, el fútbol y el deporte son «importantes»; rendir culto a la moda, comprar ropa, «trivial»

Pero tal vez era la naturaleza de Jane Austen no desear lo que no tenía. Su talento y sus circunstancias se complementaban a la perfección. Pero dudo de que eso fuese cierto para Charlotte Brontë, me dije, abriendo Jane Eyre y colocándolo junto a Orgullo y prejuicio.