El placer retórico de perfeccionar lo que habrán farfullado (o no) los hombres célebres (porque nunca las mujeres, salvo Juana de Arco) al sentir que morían, “Muero contento, hemos batido al enemigo”, “¡Ay, patria mía!”, “España, voy a España” o su alternativa menos comprometida, “Palais Royal”, “Más luz”, “Bajen la luz”, o “Rosebud”, es innegable.