Todos los devotos a las «religiones de luz blanca» se ocupan de complacer a su Dios para que, al morir, puedan tener abiertas para sí las «Puertas Perladas». Sin embargo, si un hombre no ha vivido su vida según los reglamentos de su fe, puede, a último minuto, llamar un clérigo a su lecho de muerte para la absolución final. El sacerdote, pastor o ministro irá corriendo entonces, para que haga «las paces con Dios», y para cerciorarse de que el pasaporte para el Reino Celestial esté en toda regla.