—Pasa —dije, conteniendo a duras penas una sonrisa.
¿Qué se pensaba el idiota, que iba a saltar sobre él para secuestrarle o algo así? Pero se quedó en la calle, con los puños hundidos en los bolsillos del abrigo y mirando por encima del hombro al chófer, cuyo nombre era Genka, Giuri o Giorgi, no me acordaba.
—¿Qué ocurre? —le pregunté.
Si hubiera estado menos borracho su paranoia quizá me habría indignado, pero en ese momento solo me parecía tronchante.
—Dime de nuevo por qué tenemos que venir aquí —dijo, todavía bien atrás.
—Ya lo verás