No haría falta hablarles: ellos sabrían leer en sus ojos de vela apenas encendida, igual que él tradujo sus caras en cuanto aparecieron por la puerta. Los reunió a su alrededor, como cuando eran niños, y visualizó en su mente un círculo de luz. Dejándose envolver por él, acarició las cabezas amadas y luego, lentamente, se marchó de allí.