Susana Carral Martínez

Reservar las opiniones propias es una cuestión de esperanza infinita. Aún temo perderme algo si olvido que, como mi padre tan presuntuosamente sugirió y yo tan presuntuosamente repito, la conciencia de las convenciones sociales básicas se reparte de forma desigual al nacer.

«Cada vez que sientas deseos de criticar a alguien —me dijo—, recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas con las que has contado tú»

Reservar las opiniones propias es una cuestión de esperanza infinita. Aún temo perderme algo si olvido que, como mi padre tan presuntuosamente sugirió y yo tan presuntuosamente repito, la conciencia de las convenciones sociales básicas se reparte de forma desigual al nacer.

Scott le dijo una vez a Hemingway que «los ricos son distintos de nosotros». El autor de El viejo y el mar, ajeno al concepto de clase social que tanto preocupaba a su amigo, se limitó a contestarle: «Sí, tienen más dinero».

«A veces no sé si existo realmente o si solo soy un personaje de mis novelas»

Y así, entre el sol y las grandes cantidades de hojas que crecían en los árboles, como crecen las cosas en una película a cámara rápida, sentí esa conocida certeza de que la vida comenzaba de cero con el verano.

vagaría continuamente, buscando con nostalgia la espectacular turbulencia de algún irrecuperable partido de fútbol.

«No creas que mi opinión sobre estos asuntos es definitiva, solo porque sea más fuerte y más hombre que tú».

Era de esas voces a las que el oído sigue en todas sus oscilaciones, como si cada discurso fuese una combinación de notas que nunca más volverá a interpretarse.

Su rostro era triste y hermoso, y estaba lleno de cosas brillantes —unos ojos brillantes y una boca brillante y apasionada—, pero en su voz había un entusiasmo que a los hombres que la habían querido les resultaba difícil olvidar: un impulso cantarín, un «Oye» susurrado, la promesa de que había hecho cosas alegres y emocionantes un poco antes y que la próxima hora ofrecería más cosas alegres y emocionantes.