Marian Engel

Uno de sus tíos del campo, para decir que había tenido buena suerte, utilizaba la expresión: «He metido los pies en una tina de mantequilla».

No todo el mundo, pensó, está hecho para convivir con el silencio.

Lou sentía que los había vencido, se sentía su heredera: una mujer que se frotaba los pies en el espeso pelaje negro de un oso era más de lo que ellos habrían llegado a imaginar. Más, incluso, que una victoria militar: esplendor.

Los hechos se vuelven arte mediante el amor,

El topo no se vería obligado a admitir que tendría que haber sido antílope.

Pensó en un conocido suyo que afirmaba que hoy en día era imposible encontrar una mujer que oliese a sí misma…

Pensó en un conocido suyo que afirmaba que hoy en día era imposible encontrar una mujer que oliese a sí misma…

No podía mencionar ningún problema en concreto; más bien era como si la vida, en general, la tuviese tomada con ella. Todo se empeñaba en volverse gris.

Si muy de vez en cuando alzaba la vista del pasado y miraba el presente, este se esfumaba ante sus ojos, tan inaprensible como un espejismo.

En resumen, le había sorprendido lo profundo de su apasionada desazón ante la pérdida de un hombre que, en esencia, era mezquino y exigente.