Celeste era una chica con una discapacidad a quien, a raíz de un accidente, le habían amputado ambas piernas a la edad de diez años. Gracias al apoyo de su familia —en especial al cariño y confianza que le brindó su abuelo—, fue capaz de superar los momentos difíciles causados por la adversidad. Encontró entonces en el arte, y específicamente en la pintura, una forma de liberar su alma, de volar a los rincones a los que físicamente no podría llegar. Así, entre cuentos infantiles y sirenas, fue capaz de crecer y convertirse en una mujer hermosa, talentosa y, sobre todo, independiente.
Pero, y ¿el amor? El amor la hacía sentir vulnerable. No lo esperaba, creía que las cosas para ella serían así: una vida solitaria y llena de cuadros por pintar. Entonces apareció Bruno, un chico de una ciudad distinta, de una clase social diferente, pero con muchas ganas de llenarse de los colores de Celeste.
Bruno le demostrará que el amor no entiende de diferencias ni de limitaciones, que los recuerdos que guarda el corazón son más importantes que los que guarda la mente, y que el amor existe para todos. Celeste encontrará en Bruno al chico de los cuentos que le contaba su abuelo y, de paso, descubrirá que este tiene muchas más historias que contar, además de las que ella conocía y que los secretos del pasado pueden afectarlos a ambos.
Celeste y Bruno serán testigos de un amor predestinado en el tiempo, una revancha de la vida, un lienzo en blanco lleno de colores por pintar y descubrir.