Nuestra conducta parece ser el resultado de una constante batalla entre la emoción y la razón. El sistema nervioso humano, diseñado para la supervivencia, ha evolucionado hasta, incluso, desarrollar la capacidad de controlar las decisiones.
El sistema límbico en nuestro cerebro, que maneja las emociones, desencadena motivaciones instintivas. Pero la corteza cerebral, la parte más reciente de la evolución, agrega control y nos permite tomar decisiones más precisas a corto, mediano y largo plazo, en un proceso donde el inconsciente y el sistema consciente juegan en la capacidad asertiva.
En la toma de decisiones se da la lucha final entre la emoción y la razón, y se puede medir mediante complejos estudios neurocognitivos y de neuroimágenes. La neuroquímica, incluida la dopamina, también juega un papel importante en este proceso.
Tomar decisiones es inevitable, y la disputa entre la incertidumbre y la elección es constante. Nuestro pensamiento está sujeto a sesgos como el “sesgo de confirmación” y la “ley de los números pequeños”, lo que hace que la toma de decisiones sea aún más compleja. La fluidez y el control del exceso de pensamiento son esenciales para tomar decisiones acertadas. El aumento de los estímulos informativos y sensoriales, así como la infotecnología, la biotecnología y la IA, son indudables factores intervinientes en nuestro camino conductual.
La toma de decisiones humanas es el resultado de una interacción compleja entre la emoción y la razón, impulsada por el sistema límbico y regulada por la corteza cerebral. Esta lucha constante tiene un impacto significativo en nuestra vida diaria y plantea preguntas fascinantes sobre el libre albedrío en nuestras elecciones.