Memorioso amante de los libros, degustador del arte, de la filosofía y de la música, Faustino Velázquez ejercita a su modo la disciplina del arquero zen. El horizonte de su ejercicio abarca lo mismo lienzos, partituras, flora y fauna, danzantes, taxistas, saltimbanquis, boleros, desposeídos, prostitutas, estudiantes y monjas benedictinas.
Lucífuga en el péndulo del aire/ tu imagen es la órbita de un sueño/ el centro de la esfera y mi escritura. El erotismo, el sueño, la pasión o el deseo, el gusto por las formas y los colores, el júbilo inefable de flotar a la deriva de la música, la filosofía, el misticismo, el éxtasis, la religión y la locura.
En la presencia negra de los cuervos/ escucha./ Escucha/ el diálogo en sosiego de los ríos. La tierra, el sol, el agua, el aire y sus rumores. El viento ha transportado a este poeta hasta las costas del Golfo, desde su Altiplano natal, sobre las amplias faldas del Popo y del Iztaccíhuatl. Este libro está hecho de júbilo y de dolor, de reflexiones y de recuerdos. Mejor si leído en el delirio, no se recomienda a quien no tenga el ánimo dispuesto a la inmersión en las más oscuras aguas abisales. (Jorge Brash)