A Miss Magnífica nada le parecía suficientemente bueno. Vivía en una casa enorme rodeada de extensos jardines. Dormía en una cama gigantesca con sábanas y almohadas de seda. Se bañaba en una bañera de oro. Y cenaba en platos de plata. Era realmente magnífica. O, al menos, eso pensaba ella. Miss Magnífica pensaba mucho en sí misma. De hecho, pensaba en pocas cosas más.