Yo había permanecido, quizás, siete minutos ante aquella multitud alegre y vocinglera; pero en aquel breve y veloz lapso había vislumbrado una verdad sobre mí misma que me había dejado sobrecogida y transfigurada.
La verdad era la siguiente: que por muchos éxitos que llegase a cosechar como chica, no serían nada comparados con los triunfos que podría alcanzar vestido de chico, por muy afeminado que pareciera.