Era uno de esos hombres a quienes se les contrata nada más que por necesidad en todos los puertos del mundo. Son seres de bastante competencia, parecen desesperadamente necesitados de dinero, no tienen rastro de vicio alguno, pero sí todas las señales de ser fracasados por completo. Suben a bordo sólo en casos de emergencia, no le tienen cariño a barco alguno, crean una atmósfera de relaciones superficiales con sus camaradas, quienes no saben nada de ellos, y deciden abandonar el barco en los momentos más inoportunos. Bajan a tierra en cualquier puerto de mala muerte, sin despedirse de nadie, y llevando consigo un viejo baúl, atado con un cordel. Parecen sacudir de sus pies el polvo del barco.