Nuestra historia está llena de mitos, que no son sinónimo de mentiras. Los mitos conforman, en gran parte, el alma de un pueblo. Sus creencias y sueños. Son las respuestas a sus deseos y el consuelo para los miedos.
No es posible decir que el pasaje de los niños héroes o el del Pípila, por ejemplo, son un completo embuste. No hay certeza de la existencia histórica de Robin Hood y, sin embargo, sus hazañas siguen siendo famosas y las generaciones veneran su memoria. ¿Por qué, entonces, echar a perder leyendas tan sabrosas como la de la Malinche, la Güera Rodríguez o la Carambada? Mujeres bravas y desconfiadas que hicieron lo que le dio su gana y se volvieron, a fuerza de imaginación, heroínas populares, guapas y revoltosas. Si Chucho el roto y el Tigre de Santa Julia tienen su nicho en nuestro pasado, las mujeres de estos cuentos merecen más que un rinconcito: jugosas fantasías.
Los héroes populares de nuestro tiempo son narcotraficantes: se les dedican corridos, libros y hasta misas. En la historia de nuestro país, aún en pleno apogeo del bandolerismo, varias mujeres lograron colarse. En medio de todo el desorden que se agolpa a través de siglos, más de un nombre femenino llega hasta nosotros.
De los hechos que aquí se narran no lo crean todo o, mejor dicho, crean lo que a ustedes convenga, pues para eso se hicieron los cuentos.