Mi madre me ha dicho que el amor es como una semilla. Tienes que plantarla para que crezca. Pero eso no es todo. Necesitas regarla. El sol debe brillar justo lo suficiente, pero no demasiado. Las raíces tienen que agarrarse —continuó, entrecerrando los ojos con un gesto de concentración—. Y a partir de ahí, si saca la cabeza a la superficie, habrá cerca de un millón de cosas que podrían matarla, así que se necesita mucha suerte también.