En Argentina, la batería de ideas y consignas del surrealismo fue aprovechada a escala industrial, como se dijo al principio, por publicistas, diseñadores y hasta arquitectos, pero también por artistas: poetas como Oliverio Girondo (gran publicitario él también, que supo agotar tiradas de sus libros con vedettes que los ofrecían en calle Florida) y sobre todo cantautores del rock nacional. Ese rock que modificó la estructura sentimental argentina y que fue, a su modo, el otro “hecho maldito del país burgués”, internalizó al movimiento a través de Spinetta y Pescado Rabioso. El disco Artaud tiene su punto muy comentado de escritura automática criolla, la canción “Por”, y otros pasajes con proliferación de imágenes inconexas: “Vi tantos monos, nidos, platos de café”. Este último recurso, que los estudiosos llaman enumeración caótica, tampoco es que es un elemento que uno diga típico del surrealismo, y fue curtido antes y después por escritores que nada que ver, como Borges. La enumeración caótica y su hermana la clasificación absurda son, por lo demás, un rasgo que se manifiesta en todas partes: hoy puede vérsela en un negocio de ropas del Once en Avenida Rivadavia al 3000 que tiene este bello cartel: “HOMBRES – MUJERES – NIÑOS – ROMPEVIENTOS”.