He aquí el resultado inevitable: la violencia sigue estando confinada, aun cuando en outsourcing, en la periferia de las ciudades y del mundo; ahora sí es verdaderamente ciega, inhumana, imprevista, sin discurso, sin responsabilidad, amén de sin actores individuales y colectivos que no sean reconducibles a la tétrica pareja del verdugo y la víctima.