No estaba seguro de si estar casado me hacía me hacía sentirme más relajado —despreocupado, incluso— o si por fin había conseguido sentirme en mi propia piel. Ahora estaba en una situación en la que no tenía que ponerme a prueba, porque la única persona que me aceptaba por completo, mi mejor amiga, era una referencia fija en mi vida.