Memoria de chica

La ausencia de sentido de lo que se vive en el momento en el que se vive es lo que multiplica las posibilidades de escritura.

El recuerdo de lo que he escrito va borrándose. No sé qué es este texto. Hasta lo que perseguía al escribir el libro se ha disuelto. He encontrado entre mis papeles una especie de nota de intenciones: Explorar el abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre, en el momento en que ocurre y la extraña realidad que reviste, años después, lo que ha ocurrido.

Te das cuenta de tu locura, no quieres volver a verlo nunca más. Te juras olvidarlo todo y no contárselo a nadie jamás.

haber recibido las claves para entender la vergüenza no confiere el poder de borrarla

Difícil decir hoy si enterarme en su momento de dicho nombre me hubiera resultado de gran ayuda, si habría podido curarme —o aceptar ser curada— y cómo. ¿Qué habría podido hacer la medicina contra un sueño?

Imaginarme haciéndolo me sumió en una especie de terror. El mismo que sentí los meses siguientes a la muerte de mi madre cada vez que sonaba el teléfono y pensaba que podía descolgar y escuchar su voz.

Esa euforia del ser entero, como si nuestra juventud se viera multiplicada por la de los demás —la embriaguez comunitaria.

una pequeña agenda, la de 1963 que utilicé para escribir El acontecimiento. Ignoro hoy la razón de esa recensión que se sitúa más de cuatro años después de la colonia.

que le ha dicho —era el primero— «te quiero» y ella ha contestado:

—No, es solo deseo

Está fascinada por su libertad, por la amplitud de su libertad. Gana dinero por primera vez, compra lo que le apetece, pasteles, dentífrico Email Diamant rojo. Solo le pide eso a la vida. Bailar, reír, armar jaleo, cantar canciones verdes, ligar.

Está sumida en la ligereza de sentirse liberada de la mirada de su madre

«La única felicidad real es la que aprovechamos en el momento en que se presenta». (Alexandre Dumas hijo)