Y a ella, pensó Lope al verla, que siempre la quiso. ¡Desde quién sabe qué recodos misteriosos del pasado venía este amor!
¡Era la criatura por excelencia, hecha como de una alquimia divina!
Era la compañera ideal, casta, apacible, con un poco de hermana en su abandono, con un poco de madre en su ternura.
Era el alma cuyo vuelo debía periódicamente en los tiempos cruzarse con el suyo, cuya órbita debía con la suya tener forzosamente intersecciones.
¡Para él habíala Dios hecho, tota pulchra; como los más claros cristales, clara; incorruptible como el oro e inocente como la rosa!
-¿Verdad que siempre me has amado? -le preguntó de pronto con indecible ímpetu, atrayendo su cabecita obscura y buscando ávidamente el regalo de sus labios.
-¡Siempre! -respondió con simplicidad la voz de plata-. ¡Siempre!