Corre el año 479 antes de Cristo, en tierras de Grecia, un soldado mercenario llamado Latro es herido en la cabeza en el transcurso de una batalla. Como consecuencia de la lesión, Latro olvida su propia identidad y, día a día, es incapaz de recordar lo que ha sucedido la jornada anterior. Para aliviar su falta de memoria, ha de apuntarlo todo en un pergamino. Esta práctica cotidiana convierte a Latro en un espectador, objetivo e inocente, de la realidad de su tiempo. Y esta realidad resulta rica y sorprendente porque el antiguo soldado ha ido adquiriendo la facultad de captar la presencia de dioses, demonios y espíritus sobrenaturales que habitan también las tierras por las que él deambula. Latro vive simultáneamente la realidad de los hombres y la mitológica. En el relato, fantasía y realidad aparecen como un todo compacto y verosímil. De este modo, la novela constituye un interesantísimo testimonio directo y, a la vez, un fascinante ejercicio de imaginación creativa. Paradójicamente, la amnesia que padece el soldado Latro nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en un mundo que desborda, con mucho, el ámbito de lo humano.