Einstein (que se basaba en la observación de fenómenos más que en teorías generales) explicaba el efecto fotoeléctrico y justificaba la ausencia del éter. Los cuantos de luz actuaban como partículas que, al contrario que las ondas, no requerían ningún medio para propagarse. Tal y como muchos habían sospechado durante cierto tiempo, ya no se necesitaba esa sustancia escurridiza. (El experimento mal pergeñado que Einstein realizó en la universidad para detectar el éter pudo haber estallado y dañarle la mano pero ahora, por fin, se salía con la suya aboliendo el éter por completo.)
La nueva teoría de la luz de Einstein también explicaba ciertas anomalías que habían aflorado en la física clásica. Una idea tan mecánica del mundo no era, evidentemente, la definitiva. Aunque la idea de la luz de Einstein guardaba un curioso parecido con la imprecisa formulación que había realizado Newton 200 años antes, representó el comienzo del final de la física de Newton. El razonamiento físico-matemático de Einstein preparó el terreno a la teoría cuántica y logró que el concepto original de Planck (los cuantos) fuera fundamental para entender la auténtica naturaleza de la luz.